lunes, septiembre 25, 2006

Adios a Oriana Fallaci

Hace un par de semanas murió a la edad de 77 años, Oriana Fallaci, a quien para muchos era considerada la mejor periodista de crónicas que haya existido.

Nacida el 29 de junio de 1929, su infancia transcurrió en el régimen fascista de Benito Mussolini en el que su padre fue un activo combatiente contra Il Duce. Esta rebeldía influyó en la adolescente, que se unió a la resistencia armada contra la ocupación nazi.

Aunque empezó a estudiar medicina, su pasión por el periodismo la terminó absorbiendo: con pequeños reportajes que realizaba para un diario de su natal Florencia, se costeó los primeros años de carrera, que al tiempo abandonó.

En 1954, la editorial Rizzoli le ofreció su primer contrato para enrolarse en la revista Europeo, punto inicial de una trayectoria que la hizo famosa mundialmente por sus entrevistas incisivas.

Fue corresponsal de guerra en distintos puntos del planeta -desde Vietnam al del Golfo Pérsico en los "90-, Entre quienes se sometieron a sus preguntas agudas están Henry Kissinger, Yasser Arafat, Fidel Castro y el ayatolá Rujola Jomeini, entre otros.

En su carrera sobresalen dos hechos policiales: mientras cubría la masacre de estudiantes en México en 1968 , recibió tres disparos, uno de ellos a milímetros de la columna vertebral, por lo que quedó confinada algunos meses a una silla de ruedas; y en 1977 la condenaron a cuatro meses de prisión condicional por resistencia a la Justicia, al no revelar el nombre de quien le confió que en la muerte del cineasta Pier Paolo Passolini habían intervenido varias personas.



Estrella del periodismo narrativo y testimonial, también se abocó a la novela, con títulos como Penélope en la guerra, Entrevistas con la historia y Carta a un niño que nunca nació, que dedicó al bebé que perdió.

Receptora de numerosos premios, los atentados del 11-S la llevaron a romper el silenció que se había impuesto para lidiar contra el cáncer. Volvió al ruedo con un extenso ensayo en el Corriere della Sera “ La rabia y el orgullo”, que luego fue transformado en un libro con el que criticó duramente al fundamentalismo islámico.

En ese y otros textos posteriores, la escritora, que se definía atea-cristiana, lanzó una batalla contra el Islam, al que acusó de haber emprendido una campaña mortal contra Occidente.

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